¡Hola!; me presento, soy mujer y me gusta correr:
En primer lugar, me gustaría dejar claro que no reivindico absolutamente nada con este artículo, no pretendo darme golpes en el pecho porque soy mujer. Estoy agradecida a la vida
por los hombres que han pasado por ella y, por lo que en consecuencia me han aportado.
Mi padre, un pilar fundamental en mi vida (ya no está desgraciadamente), de él aprendí conceptos tan valiosos como honradez, humildad, generosidad, familia, trabajo y disciplina. El padre de mis hijas, de él, sin duda, aprendí a levantarme con fuerza ante la adversidad, a ser más fuerte de lo que jamás hubiera creído, a llorar y a saber secarme las lágrimas rápido, a
luchar por mí y por mis hijas. Ahí supe que jamás me regalarían nada en la vida sin esfuerzo. Y por último él, el hombre que actualmente comparte mi vida, de él estoy aprendiendo a diario
que nada está perdido, que se puede volver a confiar, a valorarme, a creer en mí y en mis posibilidades y, sobre todo, a amar el deporte. Por lo tanto puedo decir que en mi vida la figura del hombre ha servido para ser quien soy hoy día.
Y partiendo de ahí, me gustaría relatar un poco de mi vida como mujer a la que le gusta correr.
Veréis, prácticamente el concepto “deporte” en mi vida hasta conocer a JC, era poco más que una palabra de siete letras, la cual me producía sarpullido con solo pronunciarla. Pensaba que
tal práctica estaba destinada a gente algo “rarilla” a la que le gustaba sufrir a propósito. Por si ya fuera poco un día lleno de tareas desde las 6:30 de la mañana hasta a altas horas de la noche, encima le metes deporte (la gente está loca).
Pues sí, yo era de esas que disfrutaba un cigarrillo y un café como si no hubiera un mañana, de hecho era impensable una vida sin tabaco. Pero, un día, no hace tanto (unos seis años atrás quizá) ese hombre que comparte mi vida, me introdujo casi a la fuerza en ese mundo del cual yo me mofaba, creyendo que sólo lo practicaban algunos descerebrados y, que por supuesto, para una mujer trabajadora, con hijos y una casa que atender era impensable.
Pues sí, estaba equivocada y poco a poco pasé de los pedales (primer deporte que practicaría en mi vida) con alguna caída importante, a correr, tocando tierra firme con mis propios pies…
Todo empezó cuando alguien me propuso un duatlón con bici de montaña, ya ves, la bici de montaña era lo que tocaba por ese entonces y, aunque nunca dominé muy bien la técnica por mis miedos a las alturas, aun así sentía amor por la bici, sobre todo de montaña que era lo que me hacía estar en contacto con la naturaleza. Pero correr… nunca antes había corrido, solo cuando llegaba tarde a algún lugar y ya era suficiente para cansarme. Pero la idea me llamó la atención porque pensé: “si ya domino la bici, solo me queda aprender a correr”.
Así que se lo propuse a mi compañera de fatigas y gran amiga “L’antonia”; sí, somos “Las Antonias”, seudónimo que nos pusimos en honor a los Morancos (jajaja) y desde entonces resulta imposible llamarnos por nuestro nombre de pila real.
Ella dijo: ¡Vale!, intentémoslo. Empecemos a entrenar con el objetivo de hacer cuatro kilómetros de río y llegar de vuelta al puente con el suficiente oxígeno para no morir en el intento, después ya veremos. Tenemos unos meses de margen, ¿no?.
Y así fue, empezamos a entrenar. Al principio, esos cuatro largos kilómetros eran suficientes como para llegar de vuelta con signos de micro infarto, angustia, escalofríos, dolor de sienes y, unas ganas tremendas de ir al baño. Vamos, un par de “Antonias” con pocas expectativas en lo que al running se refiere y, con más ganas de irse a casa a llorar que de querer continuar con tal sufrimiento. Pero nos empujamos una a la otra, yo no podía seguir sin ella y ella no podía sin mí. Hasta que, poco a poco, esas angustias y signos evidentes de infarto fueron aminorando y, las ganas de volver a salir al día siguiente (a pesar de pasarlo mal) pesaban más que todos los males que afloraban en cada entrenamiento. Algo más allá de lo inexplicable nos incitaba a seguir, a quedar para el siguiente día y otro y otro…, si yo estaba mal ella tiraba de mí y viceversa…
Finalmente el día del duatlón nunca llegó; por algún motivo lo cancelaron y nunca se hizo esa prueba pero, el daño ya estaba hecho y “las omaitas” ya no podían dejar de correr, había que meterle algo más que río y pasamos al cejo. La meta era hacer la mitad (seis kilómetros), ¡buah!, eso ya empezaba a picar y, poco a poco y con muchos días de angustias, sudores fríos, pitidos de oídos y ganas tremendas de ir al baño para descomponerse cual hielos en el “wiskey on the rocks” de Sabina, fuimos pasando de medio Cejo a Cejo entero y por último la gran decisión: NUESTRO PRIMER TRAIL DE MONTAÑA. ¡Puf!, eso ya eran palabras mayores, había que entrenar duro y entrenamos duro. Al principio yo era un gato agarrado a los matojos pinchantes e hirientes que había en algunas sendas picadas. Hubo llantos, muchos llantos de miedo a las alturas, frustración etc. Pero ahí estaba ella, mi Omaita, ayudándome y dándome confianza en mí misma.
Más tarde fueron empezando a acudir ciertos fantasmas: _”Demonios, soy una señora de más de cuarenta años, ¿qué carajo hago yo aquí arriba, con unos tenis de dominguera y patinando senda abajo expuesta a matarme o como mínimo romperme algo? y con unas mallas de fitness que mucho me temo no son lo más apropiado para este entorno. ¿No debería estar haciendo algo en casa?; seguro que tengo algo por limpiar, quizá debería haber ido a comprar, (creo que no había suficiente pan para el desayuno); ¿no debería estar comprobando los deberes de mi hija?, la cena, llegaré tarde para preparar la cena. ¿Tenía ropa para planchar? Esos fantasmas que llevamos las mujeres a cuestas de igual manera que la propia mochila para el agua, visera y zapatillas. Esos fantasmas que son casi imposible de dejar en casa; es un peso más que sin querer debes aprender a asumir e intentar restarles importancia en la medida de lo posible o te pesará tanto que tus tiempos nunca mejorarán.
De ahí y sin darnos a penas cuenta fuimos pasando de, dejar el entusiasmo por los zapatos, complementos o ropa de moda, al interés por zapatillas de trail o asfalto, mallas de compresión, relojes deportivos, bidones, calcetines, bragas etc. Había cambiado el cuento con un giro de 180 grados. Eso sin contar la desaparición del pudor por sonarte los mocos con un pañuelo a, directamente, aprender ese gesto masculino que consta en tapar un orificio y expulsar tales fluidos o sustancias pegajosas por el otro. Por supuesto, las primeras veces dichos fluidos quedaban pegados en los guantes o en la zapatilla; pero todo era cuestión de práctica, igual que escupir o hacer pis detrás de un pino, todo era cuestión de soltar prejuicios, ¡sí señor!.
Y finalmente, llegó el gran día, el día del trail. Conseguimos acabarlo con un tiempo relativamente bueno para ser el primero y lo más importante, no hubo caídas llegando sanas y salvas a meta. Y de ahí, de ese trail nació una bella amistad con “ellas”, con esas mujeres maravillosas que a día de hoy comparten esta pasión conmigo. Ellas, esas mujeres con edades tan dispares unas de otras y que sin embargo cuando nos calzamos las zapatillas no hay edad; somos lo más parecido a unas niñas en horas de patio de recreo.
Doraemon, Pocahontas, Campanilla, Tita So, Omaita, esos apelativos que nos hemos puesto con tanto cariño riéndonos de nosotras mismas. ¡Madre mía!, qué afortunada me siento de tenerlas, cada una con su vida, con sus limitaciones, con sus preocupaciones, inquietudes.
Algunas con hijos, otras no, trabajos diferentes, vidas diferentes, pero todas mujeres con una
fijación en común: “deseo correr pese a el esfuerzo que ello me supone”.
No es fácil conciliar familia, hogar, trabajo y deporte, no es fácil pero no es imposible y ellas me lo demuestran a diario. Sin su ejemplo quizá hubiera abandonado hace tiempo, hubiera procrastinado a diario el ponerme unas zapatillas y salir a correr sabiendo las cosas que tengo por hacer en casa por ejemplo. Pero ellas siempre están ahí para recordarme que se puede y que lo necesito, que es terapia natural para el cuerpo y el espíritu y que si dejo esto, dejo minutos, horas, días de vida…
Por último, dejadme que me haga eco de los sentimientos de dos de ellas. Una es la gran Tita So, más conocida por Sole “la peluquera”. Sole es un huracán de mujer, no acepta un “no podrás” ni estando bajo amenaza. Ella es fuerza, es pasión, constancia, perseverancia, trabajo, esfuerzo y sobre todo y más importante, es Amor en todo el concepto de la palabra. Ejemplo
en carne y hueso de que la edad, el trabajo y la familia no son impedimento alguno para fijarse una meta e ir a por ella cueste lo que cueste. Necesito a Sole en mi vida, lo tengo clarísimo y no la soltaré ni con agua fuerte. Por ella estoy hoy día en el #retoyosipuedo, porque cree y así me lo hizo creer a mí: que si amaba correr, más lo amaría si encima ayudaba al que lo necesitaba. Me bastó oírla una vez para convencerme de que vale la pena cualquier lucha si en definitiva haces feliz a alguien.
Ella dice: “si se quiere, se puede Cati. Solo hay que proponérselo. No dejes que nadie te diga nunca que no podrás con algo, eso jamás. Pero sobre todo, nunca haré algo que perjudique a mi familia, marido o hijos, ellos son lo primero ante todo, así que solo es cuestión de priorizar.
La familia primero, trabajo y por último luchar por la meta que tienes por delante, todo en su orden, pero no dejando ninguno al margen”.
Esa es mi Sole, la que en los últimos meses se fijó 90k de Caravaca y, por último hace unos días, los 42 kms de Sevilla.
¡CAMPEONA! ERES UN EJEMPLO PARA TODAS.
La otra mujer, es mi Omaita, la amiga que, desde que la conocí hace unos cinco años, también necesito a mi lado y mucho más en este mundo de locas runners. Sin ella quizá más de una vez me hubiera quedado planchando en lugar de entrenar. Es esa persona que me aporta sensatez cuando la necesito, tranquilidad y madurez a pesar de que es doce años más joven que yo. No sé qué haría sin ella, es lo más parecido a una hermana pequeña. Por un lado creo que la debo mimar y proteger, pero que, realmente, me protege ella a mí sin darse cuenta. Cuántas risas con ella, cuántas horas de compartir inquietudes mutuas, qué gran esencia en un cuerpo menudo pero lleno de fuerza y vitalidad. Cabeza amueblada donde las haya, rubia con ojos azules, parece una muñeca pero, no te confíes, cuando sale a correr escupe como un tío de metro ochenta (jajaja) ¡Gracias Antoñica!
Ella dice: “No salir a correr supone prescindir del revitalizante viento en la cara cuando después de un duro día sientes que la piel está cansada de artificios. No correr aletarga los músculos y la mente envejeciendo al cuerpo y al espíritu. No correr desgasta los lazos de unión creados con tus compañer@s de fatigas con quienes repartes el peso de lo cotidiano permitiendo que al terminar, tus alforjas sean más livianas y llevaderas. No correr bloquea nuevos prismas ante la vida, que, sin duda, contribuyen con nuestra preparación y capacitación para afrontar los inevitables desafíos que vamos encontrando en el camino de la vida”.
Grandes palabras, grandes verdades sin duda.
En definitiva y para terminar este homenaje a las chicas runners en un día tan especial como el 8 de Marzo. Quisiera, en primer lugar, dar gracias a muchas más chicas a las que he ido conociendo en este mundo. De ellas también he aprendido muchísimo y sin duda son parte de bonitos recuerdos que llevo en mi corazón. Sé que seguiremos alegrándonos por nuestros logros, apoyando cualquier esfuerzo y objetivo que nos propongamos, porque nos sentiremos identificadas en cada paso por alcanzarlo. En segundo lugar, gritar (metafóricamente hablando) al mundo que si se quiere, se puede. Que es duro a veces, que contamos con obstáculos en la vida por supuesto, que físicamente contamos con cambios hormonales puñeteros que nos merman y nos dejan hechas auténticas cuerpos escombros. Pero que, ante todo, no aceptamos un “no podrás” ni en forma de chiste, eso para nosotras es lo suficiente como para hacer justo lo contrario, luchar más si cabe.
Mujer, ponte un reto y di: “¿yo?, ¡YO SÍ PUEDO!”.
FELIZ DÍA DE LA MUJER.
Cati García Pérez
No te conozco Cati, pero es un relato precioso.
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